sábado, 30 de abril de 2011

El abismo azul, donde yace el tambor de nuestra infancia



Fueron los ochos pasos más felices de mi vida. Ahora, la agonía ya había finalizado. Todo está en su lugar. La satisfacción es plena: el placer de lo desagradable.

Al principio todo fue apurado. Un arribo veloz, con algunos traspiés. Las prendas iban cayendo en el camino. Después llegó el momento de entregarse a ese monstruo desagradable que yace estático, en una espera interminable. Como un niño asustado, fue necesario quitar la presión para que la madre naturaleza pueda culminar su trabajo. Dependiendo de la perspectiva, el acto pudo haber sido aterrador.

Después de unos cuantos minutos de acción, fue imprescindible remover las impurezas, quitar los rastros que hayan podido salpicar alrededor. Solo así todo pudo acabar bien. Es importante recordar que, por motivos de etiqueta, tuve que olvidar lo sucedido. Al dejar atrás la intimidad, uno debe ser conchudo y llevar el traje sin arrugas.

Mis pasos fueron seguros, aunque por dentro todavía sentía cierto nerviosismo. El placer, el sudor, lo más vil de la existencia humana, todo eso pasaba por mi mente. Sin embargo, pronto todo se olvidó. La burbuja hizo blip y todo quedó atrás.