domingo, 21 de diciembre de 2008

Mario Vargas Llosa: la libertad y la vida



El último sábado finalizó un magnifico homenaje a nuestro más importante narrador, Mario Vargas Llosa. La muestra “Mario Vargas Llosa: la libertad y la vida” estuvo abierta al público durante varios meses en la restaurada Casa O´higgins. Los peruanos hemos tenido, gracias a la Universidad Católica, una oportunidad para conocer al gran intelectual en todas sus facetas y además una oportunidad de redescubrir a un narrador imprescindible de nuestros tiempos.

Una fachada limpia y restaurada era un atractivo preámbulo para el evento. Al ingresar, nos íbamos encontrando con lo esperado. Una línea de tiempo que mostraba la vida de nuestro escritor junto a unos monitores que nos iban pasando imágenes en movimiento. La sala estaba acompañada de algunos objetos personales que para ser sinceros, no causaban (todavía) mayor impresión.

Más adelante empezaban las sorpresas. Un sorprendente mural sobrepoblado por reproducciones de sus obras traducidas a los más diversos idiomas. Luego venía el eterno refugio de nuestro narrador: la literatura. A lo largo de un mostrador encontrábamos diversas obras anotadas por un apasionado lector que a su vez se vuelve un penetrante crítico. Una fundamental: Madame Bovary.


Antes de dejar atrás la primera planta, encontrábamos algunos objetos curiosos: desde su tesis de Bachillerato sobre Rubén Darío, hasta una carta de Julio Cortazar en la que le cuenta que ya terminó de escribir una controversial obra titulada Rayuela.

Luego empezaba la segunda planta. De entrada nos topábamos con su obra periodística y también con la política. No voy a emitir opiniones sobre ésta última (no vienen al caso).

Frente a esto, encontrábamos una muy interesante colección fotográfica que nos iba deleitando cada vez más y más. Podíamos ver a nuestro laureado novelista junto a importantes personajes del mundo académico, así como también junto a destacados escritores (Borges, Bioy, Cortazar, Sábato, Neruda, García Márquez, etc.), en distintas y exóticas localidades. Destacaban también la figura de Margaret Thatcher y la de los reyes de Borbón.

Por una esquina, nos seducía una pequeña sala adaptada para la ocasión. Junto a su puerta, un pequeño cartel decía “cine”. Ahí circulaban una serie de películas basadas en las obras de nuestro autor.

Luego venían algunas novelas reproducidas a tamaño gigante que nos iban introduciendo al clímax del evento. Dos hojas escritas a maquina que empezaban así:

“Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?”

Dos hojas de papel que no tienen valor monetario para un ferviente lector. En esas dos hojas podemos resumir la historia de la literatura peruana (pidiéndole disculpas al gran Vallejo y a algunos más) así como también toda la historia de nuestro país. El Perú metido en dos fulminantes hojas, redactadas a maquina, y con algunas correcciones. Era el inicio de Conversación en La Catedral. No se puede decir más.

(Un cuadro de Szyszlo que adornaba la pared de la habitación pasaba completamente desapercibido.)

Impulsado por la adrenalina, uno empezaba a recorrer los últimos rincones de la casa. De pronto se perdía la noción de realidad. Súbitamente llegábamos a La Catedral (o a una pertinente reproducción del idealizado bar).

Finalmente, entrábamos a una habitación adornada con una tierna fotografía gigante en la que veíamos a nuestro narrador junto a una bebe en un vuelo de avión. Así acababa la aventura. Así despertábamos del impulso de nuestra pasión.


En ese momento, solo cabía decir: ¡viva la literatura! Luego nos corregíamos y gritábamos: ¡viva Vargas Llosa! Luego nos corregíamos una vez más y gritábamos a todo pulmón: ¡viva Conversación en La Catedral! Luego lo repetíamos una vez más: ¡viva Conversación en La Catedral!




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