jueves, 3 de abril de 2008

El cuento de los viernes

A propósito de un taller de narrativa que estoy llevando, pretendo iniciar una bonita costumbre: el cuento de los viernes. Esta semana tenía que meter por algún lado el tema de internet, ese era el requisito.



Papá es mi héroe



Ya estaba todo listo. Había llamado a su mamá para avisar que se quedaría en casa de Renzo toda la tarde. Su pretexto fue un trabajo de geografía. Un mapa gigante quizá. De su papá no había porqué preocuparse. Ni se iba a dar cuenta, a menos que las cosas no salgan como él en el fondo esperaba.
Quería pensar que todo era un invento, que nada de lo que pensaba estaba pasando. Pero tenía las pruebas suficientes. La idea lo atormentaba.
Cuando salió del colegio caminó un par de cuadras esquivando a sus amigos. Quería evitar las preguntas sobre a dónde se dirigía. No le gustaba dar explicaciones. Además, esto era un tema familiar. Era solo entre él y su padre. Ya se sentía todo un hombre y creía ser capaz de encararlo para pedirle explicaciones.
Con esa mentalidad caminó durante media hora. No pensaba en nada más. Esto era su única obligación. Las tareas escolares habían pasado a un segundo plano.
De vez en cuando maldecía a su propia madre por haberlo mandado a buscar las llaves del auto en ese momento. ¿Por qué creyó haberlas dejado en el escritorio si estaban en la cocina?
Antes de llegar al paradero de Javier Prado se aseguró de que no haya algún compañero de colegio por ahí. El terreno estaba vacío. Fue un viaje muy corto, el destino era el Jockey Plaza.
Cruzó el puente de la de Lima y admiró a toda la gente. Él también ya quería ser un universitario. Al bajar, compró un cigarrillo en el kiosco. Ya se sentía todo un hombre, era hora de empezar a fumar.
Repetía la misma escena en su cabeza una y otra ves. Él buscaba las llaves. Su padre estaba en la ducha. Al parecer creía que ya se habían ido. En el monitor se veía un mail: Lunes, 4 pm, Jockey Plaza, Puerta Manuel Olguín. Anda solo. Firmaba una tal Lolita.
El cigarro le sirvió para distraerse por un momento. Frente a él pasó un grupo de chicas, todas parecían iguales. Una le pellizco un cachete y dijo: ¡Qué rico! El pensó: ¡Carajo!
Eran las 3:45, todavía faltaban quince minutos. El mensaje decía: Puerta Manuel Olguín. Caminó un par de cuadras más allá para ocultarse en una sombra.
En ese momento empezó a pensar en su papá y en todos los momentos que habían pasado juntos. Se percató de que en la mayoría de sus recuerdos su padre no estaba solo. Siempre estaba su madre presente. Eran como una familia perfecta. No podían vivir el uno sin el otro. Se querían. Se amaban. No entendía porqué ahora todo parecía venirse abajo. No entendía porque su padre hacía esto.
Faltaban todavía dos minutos, su padre apareció en la escena. Parecía nervioso, eso lo delataba aún más. Estaba intranquilo, iba de un lado a otro. Fumaba.
A las 4:01 apareció un carro negro. Las lunas eran oscuras y obligaron a Oscar a acercarse un poco más. El vehículo se detuvo unos cuantos metros más allá del lugar pactado.
La luna del asiento posterior bajó lentamente. Él no distinguió el rostro, pero una mano con rasgos femeninos fue su confirmación. Empezó a correr. Quiso alcanzar a su padre y así fue. Ambos llegaron juntos a la escena del crimen. Oscar no entendía porque su padre se lanzó sobre él, lo abrazó y lo lanzó al suelo. Solo sintió golpes, ruidos escalofriantes y un chillido de llantas. Después vino la bulla, la muchedumbre y la sangre. Sangre por todos lados. El cuerpo de su padre lo abrazaba ya sin vida.

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