jueves, 1 de mayo de 2008

El cuento de los viernes

Esta semana había que escribir sobre un conflicto intergeneracional... aunque mi cuento terminó por otro lado.


Y de pronto, no pude ver más
Nuestra tragedia se hizo evidente cuando mi papá se quedó sin trabajo. Cuando digo “nuestra” me refiero a mi papá y a mí, al resto no le iba a ir mal.

Mi padre solía llegar a las diez. Comía y deambulaba un rato por la casa hasta que caía rendido a su cama. La mañana siguiente se levantaba muy temprano. Nuestra relación se limitaba a un buenos días papá y un beso y un buenas noches papá y un beso. Esta concepción cíclica del tiempo terminó un día en que papá no llegó.

En ese momento pensamos que su tardanza se debía a un exceso de trabajo y no le dimos importancia. A la mañana siguiente, cuando salía con mi hermana para ir a estudiar, nos topamos con papá en la puerta. Tenía la apariencia de haber estado ahí por toda la noche. Solo atinó a decir “hola hijos, buenos días”. Nos quedamos un poco preocupados, pero seguimos nuestro camino.

Papá era una persona adulta, él podía solucionar sus problemas solo. Pese a haberle dedicada su vida al trabajo, era un tipo que sabía divertirse. Era inteligente y divertido, aunque esa faceta suya nosotros no la conocíamos. Sus colegas de trabajo hablaban de él como un compañero bromista. Al parecer tenía un gran sentido del humor. Los fines de semana de vez en cuando salía con mamá. Cambiaba su terno oscuro por camisas rojas y coloridas. Tenía una personalidad incompatible pero así era papá.

A veces le preguntábamos a mamá por qué papá era así. Por qué era divertido y pegajoso con todos menos con sus hijos. Ella nos explicó que pese a que no lo aparentaba, nosotros éramos lo que él más quería. Si era tan trabajador, era porque nos amaba. Pagar nuestra educación y nuestra comida era su manera de compensar su falta de cariño. Trabajaba tanto para que no nos faltase nada, para poder darnos lo que su personalidad no nos podía dar. Nosotros éramos conscientes de que llevábamos una vida sin lujos ni riquezas, pero nuestras necesidades básicas estaban satisfechas; eso se lo agradecíamos mucho.

Cuando volví a casa, mamá nos juntó a todos en la mesa del comedor para darnos la noticia: papá había perdido el trabajo. Yo fui el único que pedí mayores explicaciones, pero papá estaba encerrado en su cuarto y mamá no sabía o no decía más. Mis hermanos eran pequeños, todavía no eran conscientes de lo que esto podría significar. Rebeca con las justas tenía once añitos. Mamá nos dijo que no había de qué alarmarse, pues con lo trabajador que era papá, muy pronto encontraría otro empleo. Pero esta respuesta a mí no me satisfizo.

Esa noche no pude hablar con papá, pero el día siguiente llegué temprano a la casa para poder verlo. Estaba en su cuarto, vestido con una pijama amarrilla. Me sorprendió mucho darme cuenta de que no veía la televisión, más bien escuchaba la radio. En las noches siempre veía la televisión mientras se dormía. Yo pensaba que el prefería ver la televisión que hacerle el amor a mamá. Al parecer todo esto había cambiado, ahora escuchaba la radio.

Me senté en su cama y pregunté: ¿Qué pasó? Él me respondió lo siguiente:
-La vida es así hijo. A veces uno llega a un punto en el cual tiene que ver para atrás y recordar todas las grandes hazañas que hizo en su vida. Por ejemplo, el día en que naciste. No sabes lo que fue. Era muy temprano y tu mamá me levantó por los dolores. Tuve que…-

Así, esa respuesta se convirtió en un monólogo en el cual mi papá empezó a recordar momentos, al parecer importantes, de su vida. No paró de hablar por más de dos horas. Primero el día en que nací, luego cuando aprendí a caminar, cuando nació Rebequita, cuando por su trabajo lo invitaron al Congreso, cuando conoció Estados Unidos, luego cuando nació Dieguito, etc.

No pude más. En un momento dije simplemente: papá, tengo que estudiar. Me fui y no quise voltear a ver su rostro. Me encerré en mi cuarto y pensé toda la noche en papá.

El día siguiente mis clases acabaron temprano así que decidí volver a intentarlo. Fui a hablar con papá. Lo encontré sentado en la sala, solo, fumando un cigarro. Veía unos recortes de periódico muy viejos, amarillos por el paso del tiempo. No los leía, simplemente los miraba muy fijamente como si a través de estos recortes pudiera ver un tiempo que ya nunca iba a regresar. Le dije: hola papá, ¿cómo estas? Él solo levantó la mirada por un instante, no dijo ninguna palabra.

Al ver que seguía viendo sus viejos recortes, quise enfrentarlo. Fui claro y directo. Papá, quiero saber por qué te han echado del trabajo, le dije.

-Ay hijo, son cosas que nunca entenderías. Aún te falta mucho por crecer, algún día aprenderás lo que es la vida…-

Al darme cuenta de que no me tomaba en serio, lo interrumpí diciendo: Papá, ya estoy grande. Ya estoy en la universidad, creo que me lo puedes decir.”

-Recién es tu primer ciclo, tienes mucho por aprender…-

Al ver que una vez más tampoco me tomaba en serio, me puse de pie y me fui.

El viernes no lo vi, mejor dicho, no quise verlo. Cuando llegó el sábado, a media mañana, entró a mi cuarto.

¿Tienes algo que hacer? –me preguntó. Quiero hablar contigo.

Me pidió que fuéramos a dar un paseo. Había colocado un cartel de “se vende” en el carro y quería que la gente lo viera. Además me dijo que tenía algunas cosas que hablar conmigo.

No se porque fui con él si no tenía ganas de hablar con nadie. Tal vez porque era mi papá después de todo. Pese a que nuestra relación nunca había sido de lo mejor, y específicamente ahora no atravesaba su mejor momento, él siempre había cumplido con sus deberes. Pese a no tener una vida de lujos, había podido terminar mi secundaria y ahora estaba en la universidad. Nunca me había faltado comida ni ropa. Del cariño y del amor se había encargado mamá, eso sí.
Medía hora más tarde, ya estábamos solos ante el transito limeño. Me llamó la atención el porque papá conducía tan lento. Además parecía nervioso, hasta se había olvidado que teníamos una conversación pendiente. Doblamos por una avenida que estaba vacía, éramos el único carro transitando por ahí.

En ese momento papá recordó nuestra conversación. Me dijo que si lo habían echado del trabajo era por algo que ni yo ni mamá sabíamos. Desde hace algún tiempo, me iba diciendo, he empezado a…

En ese momento dejé de prestar atención a sus palabras. Papá seguía acelerando y la luz del semáforo estaba en rojo. Ya estábamos muy próximos a él, no íbamos a poder parar. ¡Papá!, grité. Él, al parecer, no se había dado cuenta de nada. Sentí el impacto de un vehículo sobre mi puerta y cerré los ojos.

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